Reseña del espectáculo “El poder de los hijos de Madre”. Por Gina Barrantes Leitón
Fue en 1821, cuando nuestra patria fue reconocida como libre e independiente con deseos de mostrar su fuerza y avance, es ahí donde la tierra fértil de Flores empieza germinar. Hasta 1823 es su nacimiento. “Lo que se hereda, no se hurta“.
“El poder de los hijos de Madre” fue la prueba de ello. Actores y actrices se enlazaron al hilo conductor de un director que nos hizo enorgullecernos de este hermoso cantón, con su obra.
Desde el inicio nos lleva al pasado… Nos hace caminar por cada caserío, barrio y distrito, como muestra de gente que hizo y hace historia.
Flores, tierra Huetar de Occidente, bajo el cuidado del cacique Garabito, pedacito de tierra, conquistada por carabelas llena de espejos, una cruz y abundante dolor.
Costa Rica, puesta en una hermosa canasta tejida por Sibú. Hizo la mazorca de colores, tal como las enaguas típicas colgadas de la cintura de las bailarinas bañadas de notas de folclor y grito sabanero.
Flores es granito de mazorca llamados “Ñatos” de “La Trini” y “Rusos” de Cristo Rey, los del “Bajillo” y de la Quebrada Seca, donde espantaba la Llorona y el Cadejos.
¡Qué líneas tan exactas! Que solamente un Floreño entiende, pero con una intención de risas y recuerdos.
La obra fue un tributo a la literatura de artistas del verbo como Raquel y Leonel, que plasman como recuerdos las palabras y sus historias para volverlas nuestras.
La edad fue punto de encuentro y complemento. Los jóvenes parafraseando lo que han escuchado de sus abuelos, los niños preguntando y escuchando. Los mayores abriendo historias que habían escondido en el tiempo. Todos juntos fueron fieles representantes del ADN de este chiquitico cantón pero grande en fortaleza y unión.
Flores, tierra fértil en su suelo y sus tradiciones, en su café, arte, música, deporte, literatura y liderazgo.
“¿A dónde va el corte?” dijo el cogedor de café y Flores respondiendo: “¡Qué no quede ni un granito `botao´ en la calle del cafetal!”. Así como no queremos perder el valor de la inclusión, la alegría del torito, las lucecitas de diciembre ni las del juego de pólvora como señales de esperanza. Y la pericia de hacer girar los trompos para resolver los problemas… porque fue con turnos, bingos, rifas y donaciones que nuestras iglesias y escuelas se levantaron, piedra sobre piedra.
¡Todo es una algarabía que nos lleva a una pared convertida en portarretrato! Fotografías que nos enternecieron el lugar y el corazón.
Son rostros del pasado que definieron los pasos de hoy. Pasos que llevan a Calle Real al recibir la ciclística, la antorcha entre sirenas, bandas y banderas y el encuentro de Semana Santa, esa escena representada por los niños confirma que Flores es tradición que trasciende espacio y tiempo.
La música fue el engranaje perfecto ante tanta realidad y meticuloso argumento. La canción “Flores” ojalá sea himno del pueblo pronto porque las nuevas generaciones necesitan reafirmar el respeto al pasado y al trabajo en el presente, para en unión seguir juntos cantando serenatas a los vecinos, a Flores y a Costa Rica.
¡Porque somos la familia Flores!
Porque la pandemia cambia a diario nuestras vidas, pero la historia honorable no la borra nadie.
Puede ver el video del espectáculo aquí o más fotografías aquí.
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